Antes de salir de casa tuve grandes e interesantes conversaciones. No se que nos producen las vacaciones que antes de que lleguen nos ponemos algo mas profundos de lo habitual. Ante un par de cervezas todos empezamos a decir ciertas verdades; por algo dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Pues bien, con la otra persona en aquellas dos cervezas salimos a hablar de porque las vacaciones nos gustan y anhelamos tanto.
Ambos dijimos, nada más empezar, que da igual el destino, que realmente podemos pasarnoslo igual de bien en un sitio o en otro; de lo que concluimos que no importaba dónde fuéramos. Tampoco si uno va solo o bien acompañado; cosa que a la vista de que ya llevo tres años probando, puedo confirmar. Si con un bajo o alto presupuesto; a la mayoría nos da igual todo eso.
Una primera conclusión que alcanzamos es que es un problema de actitud, de curiosidad, la energia aventurera nos provoca una "apertura de mente y espíritu" que no reconocemos en nosotros y nos encanta.
Sabemos de antemano que el viaje perfecto no existe y a la vez lo intentamos hacer siempre que salimos, si queremos claro está.
Irse de casa no es fácil y aunque nos parezca que cada primero de agosto huimos despavoridos son muchas las limitaciones del lugar, del entorno, que nos encontramos al llegar. Pero ¿qué hace que las superemos casi de forma instantánea ?.
Creímos aquella noche que era la actitud, las ganas de lo diferente, de lo innovador, el "no pasa nada si hay que esperar dos horas, ¡estoy de vacaciones!", la curiosidad por todo nos mueve de forma que nos sorprendendemos de nosotros mismos; supongo que en contraposición a la rutina de lo conocido. Y entonces durante casi 30 días no nos reconocemos a nosotros mismos cuando decimos que "somos felices".
Llegamos a idolatrar dichos días y a odiar el resto; y de golpe perdemos esa energía de la aventura, esa conexión, ese fluir, ese "jugémoslo" (expresión argentina).
Ahí va esa reflexión... desde Granada-Nicaragua (www.escueladecomedia.org)
un beso a todos.
Y es que igual durante unos días el reloj vital se para un poquito y uno se pone las gafas de ver cosas diferentes, por ejemplo esa visión fantástica de no verse a uno mismo constantemente y fijarse en lo que nos rodea. Ayer mismo, de la manera más tonta, seguí más de 15 minutos el recorrido itinerante de una hormiga de cabeza roja por la arena de la playa.A modo de hipnótica sesión la miré mientras surcaba pequeñas dunas, trocitos de concha y algún que otro cráter infantil que imagino unas horas antes fue castillo de arena. Pensé, quizá la hormiguita también tiene sus días de vacaciones...
ResponderEliminarje je !!! yo ahora miro los pijuilotes negros, la lluvia caer y escuchos los ruidos nocturnos que hay en el jardin, entre otras cosas...
ResponderEliminarun beso desde el tropico.
Recuerda ese verso tan delicioso de Machado: ..."ese placer de alejarse, Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos para quedarse"...
ResponderEliminar¿nos alejamos o somos siempre los mismos?
Siempre, siempre, siempre hay que alejarse. La lejanía da una perspectiva diferente!!!
ResponderEliminarTu comentario me ha recordado a esa maravillosa escena de la peli el Club de los Poetas Muertos, cuando los chicos se suben a las mesas y, desde ahí, ven todo de otra manera...
un beso mamá.