domingo, 8 de agosto de 2010

Asientos H y K, de la fila 23. (cuento)

Siempre es un misterio saber qué criterio utiliza un ordenador para asignar los asientos de un avión y más para los pasajeros que viajan sin acompañante. Hay quienes piden que sea “lo más adelante y sobre todo ventilla” y otros no prestan atención alguna del asiento asignado hasta que, en la cola de embarque, la azafata pregunta qué letra pone en la tarjeta para así confirmar que el pasajero entra por el pasillo correcto.


El pasajero de la letra K, fila 23, ya esta sentado cuando la otra pasajera llega. Deja la bolsa de mano, saluda pero le llama la atención unas manos diminutas sobre el respaldo; el bebé de la fila de atrás la recibe con una sonrisa amplia y una carcajada infantil. La pasajera acomoda su equipaje de mano en el compartimento superior, se desata la chaqueta de punto negro y se sienta en su asiento (el H) mientras se presenta al pasajero ya instalado: “Hola, soy Karen y, muy a mi pesar, vuelvo a casa a Miami.” Él, entre abrumado y alagado, le contesta que va a aquella ciudad de vacaciones, que su familia ya le esta esperando allí. Karen le pregunta qué recorrido piensan hacer estos días y si han pensando en dedicar un par de días para dormitar y tomar el sol en las preciosas playas; “Sí, habrá de todo. A mi me gustaría hacer algo de de deporte pero veamos ya que con niños, ya se sabe” Él, sorprendido, se presenta rápidamente: “Soy Alain y vivimos aquí en Duesseldorf, pero yo soy Francés; de Lyon”. Karen sonríe por dentro y por fuera al escuchar Francia pero se da cuenta de que su compañero de aquel viaje se muestra algo discreto y, sin apenas decidir nada, se guarda lo que le venía a la cabeza decir en aquel momento. Aquel era un vuelo de diez horas y, si ese fuera el caso, ya tendrían horas para hablar.

Los motores aceleran y una fuerte presión en la cabeza hace que las apoyen en los respaldos, cierran los ojos mientras notan cómo el avión vira a su izquierda.

Karen le explica que le apena mucho volver a casa y dejar Europa; ya usa el término general del continente aunque se refiera a un país en concreto. Ha estado cinco semanas en total; dos en Finlandia, ella nació allí y aún visita de vez en cuando a la familia que aún le queda; el resto del tiempo ha viajado a Berlín y Ámsterdam. No lo dice pero siente añoranza de lo que en su momento fue su hogar y, ahora que no le ata nada a Miami, cuando regresa de estos viajes de vacaciones se plantea si volvería.

Alain se sorprende de que hable tan bien el idioma y le pregunta si lleva mucho tiempo años viviendo en Miami y ella responde que ya ocho años, que en el trabajo le exigían un buen nivel y tuvo que perfeccionarlo al llegar y que ya casi cree que piensa en ese idioma. Karen le explica que desde hace cuatro años tiene negocio propio, es consultora medioambiental y que esas son sus únicas vacaciones al año.

Alain le explica que su familia se fue a Miami hace ya diez días pero que por trabajo él tenía que quedarse y entregar un último proyecto. Karen lo observa extrañada y él entiende la expresion de su cara, le explica que es financiero en una compañía y debía dejar cerrados algunos temas antes de vacaciones pero, confirmando el hecho y para él solo apunta la frase “ahora ya está todo y me puedo ir tranquilo”. Karen asiente en su decisión, sin saber qué comporta pero intuyendo que algo importante para Alain, y reafirma que sí, que el trabajo terminado está mejor y que así pasará mejores días de descanso. Y Alain continúa explicándole que tienen dos hijos, una niña de 8 y un chico de 11 años, que son maravillosos, que le sorprende ver cómo crecen tan rápido y que, seguro, pasaran unas vacaciones alucinantes. Mientras Karen lo observa en silencio; cómo se generan las arrugas de su frente y sus ojos miran hacia arriba cuando parece estar buscando la palabra adecuada; como cruza los dedos de sus manos mientras la escucha hablar.

Las azafatas reparten las bebidas de bienvenida; Alain pide un zumo y Karen prefiere agua.

Karen comenta que cuando se fueron a Miami eran dos, su pareja y ella pero que desde hace dos años vive sola, se divorciaron. Alain no la interrumpe y espera que termine, ahora dice que ya está bien pero que fue duro, muy duro y más estando sola allí. “Sí, un divorcio siempre es difícil o eso dicen.” le apunta Alain. Un silencio cómodo les rodea mientras se miran, unos instantes.
Alain le confiesa que algún día quisiera volver a Lyon pero que ahora su trabajo es muy importante y no podría encontrar algo parecido en su país. Pero que su ciudad siempre será su ciudad; además parte de su familia siguen viviendo allí. Le explica que tiene tres hermanos más y que su madre aún vive, que es duro hablar con ella solo por teléfono. Se fue a Londres a continuar estudiando y que, desde entonces, sólo ha vuelto de vacaciones y reitera que su vida, solo por ahora, está en Duesseldorf.

“Sí, a mi me pasa lo mismo” Karen habla mientras recoge las dos bandejas del almuerzo, que la azafata le alcanza. Le explica que no podría trasladar el negocio, que lo perdería todo y que no, ni hablar de planteárselo ahora, después de todo lo que ha pasado; que si lo hubiera hecho sería hace dos años, cuando todo aquello del divorcio ocurrió.

Alain recoge la botellita de vino y un vaso que le pasa la azafata mientras le pregunta a Karen “Si pudieras soñar despierta, “¿A dónde te trasladarías ?” Karen cierra los ojos, sonríe y dice “A Europa, por descontado. Mi ex pareja también es de aquí y nos gustaba visitar ambos países cuando veníamos. Marco es de Italia, de Nápoles y yo, ya lo he dicho, de Finlandia.” Explica que le apasiona el idioma italiano aunque entre ellos hablaban en inglés. Que es científico, que trabaja en la Universidad, que está siempre, y estuvo entonces, muy ocupado pero que no se lo retrae ya, que el trabajo entonces se lo exigía. Que no hubo nada especial, ni nadie mas, pero un día no había nada entre ellos, que ella se lo dijo durante un tiempo pero que un día, mientras estaban de vacaciones, supo que todo se había acabado y lo dejó, volvió sola a Miami y quince días más tarde Marco. Y un mes más tarde iniciaban los trámites legales.

Continúa diciéndole que antes de todo esto viajaban mucho, casi visitaron toda Europa y que guarda especial recuerdo de un viaje de tres semanas a Francia, inicialmente, pero luego terminó siendo sólo París. Karen le explica cómo le atrapó la ciudad y cómo sintió que aquel era su lugar para vivir. Incluso se lo llego a proponer a Marco. Cierra los ojos para ver sus calles, el río, Montmatre, el Louvre y algunos de los puentes de París. Después de ese viaje se compró un libro para aprender el idioma, intentó aprender a cocinar recetas francesas y leer a sus autores. E incluso con Marco se apuntaron a un curso de vinos franceses, que ella sería incapaz de reproducir ninguno de los conceptos que allí aprendió (que si taninos, cromatismos, tipos y tiempos de fermentación…) pero cuando bebe vino todo le sabe a París.

Alain le sonríe, le sirve el resto de vino de su botellita en señal de complicidad, deja pasar unos segundos y dice “¡No me puedo creer que no vivas allí! ¿tu te has escuchado hablar?”. Karen vuelve a la realidad del avión y no contesta pero su cara aún refleja la imagen de un sueño. Alain le repregunta “Déjame que te pregunte, ¿Qué te retiene en Miami Karen?” Karen contesta que “Todo y nada a la vez, es solo un sueño. Cómo lo tuyo de volver a Lyon. Sabes que es ya un sueño, ¿verdad?”

De repente el vino se ha vuelto agrio, para los dos.

Alain le explica que él también tiene “un París” pero que está en Londres. Que se fue tras el último año de carrera y que después se quedó dos años más. Llegó con 24 años para hacer un máster. Nada más llegar conoció a Peter y a Mike, un inglés y un escocés que, cómo él, acaban de llegar al ciudad. Al mes de conocerse decidieron compartir piso en un calle cerca del mercado de Canden. No hubo una noche de sábado que no salieran ni un bar donde no los conocieran. Apoya la cabeza, sonríe y recuerda en alto una noche de domingo cuando perdieron el último bus de Oxford, volvieron a Londres a dedo, les pararon dos abuelas en un coche gris pequeño y, desde el asiento de atrás, les estuvieron todo el recorrido explicando que tenían nietos de su edad y que nunca más hicieran aquello, que era peligroso. No es que solo salieran a divertirse es que lo pasaban muy bien juntos, incluso no haciendo nada; daba igual si se iban a un pub o bien compartían algo en casa. Lo que iba a ser un año en Londres se convirtió en dos más; encontró su primer empleo. Explica cómo se sentía vivo, disfrutando de todo y con todo. Le explica cómo es esa sensación de estar siempre feliz; es tan placentera que duele pero de una forma agradable y dulce. Sorbe el resto del vino de su vaso mientras intenta buscar otra época feliz en su vida, aparte de esos tres años. Se asusta silenciosamente, prefiere no verbalizar que no cree que haya otros momentos así, y vuelve a pasarse por la pantalla de la memoria la película de esa época de su vida; esta vez quiere recrearse. Karen le pregunta qué pasó después y Alain tarda en reaccionar para contestarle que encontró el trabajo en Duesseldorf y que supuso que implicaría mejorar o eso le dijeron sus padres pero no se planteó que dejaría atrás todo lo que significaba Londres. Nunca lo había dicho a otra persona, y ahora se da cuenta de porque, pero que se arrepiente y mucho. Inclinando el vaso totalmente intenta que la última gota del fondo del vaso llegue a su boca; no lo consigue.

Se miran y se hablan, pero ninguna palabra se escucha. Al rato, Karen siente que le conoce desde hace más tiempo que esas seis horas que llevan de vuelo; no comprende qué le está ocurriendo.
Alain la mira y, entendiéndola, pulsa el botón que avisa a la azafata. Le roza suavemente la mano. Cuando esta llega le dice “Srta. por favor, ¿nos traerá otra botella de vino? ”

3 comentarios:

  1. Me encanta el cuento. Lo efímero siempre atrae. ¿Es ese el fin de todos los viajes? O volvemos diferentes.

    ResponderEliminar
  2. Definitivamente, SI VOLVEMOS IGUALES ES QUE NO HEMOS SALIDO DE CASA por muy lejos que hayamos ido.
    Viajar, viajar, viajar...

    PD: me alegro mucho de que te gustara este cuento. Es casi real. Fueros los pasajeros situados inmediateamente detras de mi, en el vuelo transoceánico. Estuve más de medio vuelo tomando notas de lo que hablaron, hasta que ya era inaudible (por lo bajo que sus voces).
    Los vi bajarse del avión y a medida que pasábamos pasillos se fueron separando.

    ResponderEliminar
  3. Holaaa:

    Ya de vuelta de las vacaciones, puedo por fin visitar y recrearme con tu blog.
    Veo coincidimos en la pasión por los viajes.
    De hecho la vida en sí, es un viaje y un cuento, como tú bien dicea.
    Madera de escritora que tiene la niña...
    me ha sorprendido leer era creación tuya

    Por cierto, Albarracín te espera con todos sus encantos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar